viernes, 29 de marzo de 2013

Ipoh

29.03.2013
Una vez terminada mi estancia en Penang me pongo rumbo a las “Cameron Highlands”. Para variar, como ya habréis visto en otros capítulos, decido que no tiene gracia ir directo al destino, si no que tiene mucho más chiste ir haciendo paradas en el camino. Encima, con los autobuses a todo lujo de Malasia comparado con las chatarras rodantes de India, es todo un placer viajar. Quizá un placer no, pero digamos que no se va nada mal.
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Tras tres horitas de viaje en las que he dormido como un bebé llego a Ipoh. Es la cuarta ciudad del país, situada a 205 kilómetros de Kuala Lumpur, en el estado de Perak. Mi maravilloso autobús me ha dejado en la estación de autobuses de larga distancia, esto es, a cinco kilómetros de la ciudad y de la estación de autobuses regional. Y digo yo, ¿no podían tener sólo una estación de donde salieran todos los autobuses? Allí, como siempre, mis grandes amigos los taxistas malayos. Todos, absolutamente todos, sin excepción ninguna, te intentan convencer de que el autobús al que esperas no va a venir. Te digan lo que te digan, no hagas caso. A continuación, algunas de las excusas con las que me he encontrado (juro que todas son reales):
  • Es viernes.
  • Es sábado.
  • Es domingo.
  • La compañía ha quebrado.
  • Hay atasco.
  • Es demasiado pronto.
  • Los conductores de autobús están rezando.
A veces digamos que puede colar, pero hoy hay veinte personas esperando al autobús en la parada, con lo que no cuela no. Un chico muy amable que trabaja en Kuala Lumpur y ha venido a visitar a sus padres en Ipoh se ofrece a ayudarme -quitando los taxistas, hay que decir que los malayos son gente muy amable, cosa que me ha sorprendido gratamente- ya que el también va al mismo sitio, con lo que nos vamos dándole al palique hasta la estación local de autobuses.
De ahí, a buscar la oficina de turismo de Ipoh. Preguntando se llega al fin del mundo, así que preguntemos. Una señora muy agradable, enfermera, que vuelve de pagar el seguro de su coche, se ofrece a acompañarme a la oficina, ya que tiene todavía media hora hasta que vuelva a trabajar (¿veis lo que os decía de la amabilidad malaya?). Lamentablemente, al llegar, está cerrada. ¿Por qué? Porque es viernes y es hora de rezar.
Sí, amigos, bienvenidos al mundo del Islam.
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Para aquellos que no lo sepan, Malasia es un país musulmán. El Islam es la religión oficial del país aunque se reconoce y se respeta la libertad religiosa. Es una situación curiosa, ya que se hace raro ver sobre todo a las mujeres, con sus rasgos eminentemente asiáticos, llevando pañuelo en la cabeza. No es habitual verlas vestir burka, si no que se decantan por pañuelos que cubren sólo la cabeza y por lo general bastante coloridos. Además de la etnia malaya mayoritariemente musulmana, las otras dos etnias predominantes son la china y la india. Esa multiculturalidad le da un toque especial y diferencial a Malasia, resultando en un cocktail de religión, cultura, comida, tradición que no deja indiferente a nadie.
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Vale, basta ya de aburrir al personal, que seguro que estáis ya bostezando después de mi discurso (aunque por otro lado, como dijo el gran Francisco Umbral, yo he venido a hablar de mi libro). Si la oficina está cerrada y no tengo ni plano, ni guía, ni pajolera idea de moverme por Ipoh, vamos a aprovechar a comer algún plato típico y probar el clásico “White Coffee” de la ciudad. Se dice que la comida callejera de Ipoh es única. Las leyendas dicen que hay algo en el agua subterránea de la ciudad que da a la comida cocinada con la misma un sabor diferente.
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Verdad o no, los noodles con pollo que he comido me han sabido exactamente igual que los de Penang, Melaka o Langkawi. Echémosle la culpa a mi paladar. Como bebida local, el antes mencionado “white coffee”. Es un café cuyos granos han sido tostados con margarina de aceite de palmera, servido con leche condensada, y que se puede tomar caliente o con hielo. Bueno está un rato, aunque quizá demasiado dulce.
Mientras paseo por la ciudad antigua (ya que sólo tengo cinco horas en Ipoh, me voy a ahorrar el paseo a la ciudad nueva) me he cruzado con un vendedor de helados caseros. Como se ve en la foto, el paisano lleva un pseudo congelador enganchado a su moto, en el que guarda helados tradicionales cortados. El nombre viene dado porque se cocinan como un pirulo de un metro de largo aproximadamente, el cual nuestro querido heladero va cortando en trocitos a los que luego introduce un palillo para poder agarrarlo. Los sabores… maíz, judía roja y especial. El especial no me preguntéis qué carajo es, pero yo me he decantado por el de judía roja. Y tengo que decir que está bastante bueno.
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Mientras estoy de parloteo con el heladero me doy cuenta de que la gente me mira demasiado. En el resto de sitios que he visitado en Malasia es habitual encontrarse con turistas occidentales. En Ipoh, por contra, en las cinco horas que he estado vagabundeando por la ciudad, no me he cruzado con ningún rostro foráneo. Es más, la gente me mira como diciendo… ¿y a ti qué carallo se te ha perdido aquí?.
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A destacar de la ciudad es su arquitectura colonial. Edificios victorianos y neoclásicos como la torre del reloj, el ayuntamiento o la estación de tren adornan el centro de la “old town”, fundiéndose con las casitas y locales comerciales que conforman “Chinatown”.
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También se encuentra en esta parte de la ciudad la mezquita “Masjid India Muslim”, construida en en el año 1908 en estilo mugal para la población india de la ciudad.
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Esto ha sido lo que ha dado de sí Ipoh. Tras esperar a que pasara la tormenta infernal que me ha caído, dan las 17:00 y me voy caminando de vuelta a la estación de autobuses.
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Me espera Tanah Rata, la puerta de entrada a las Cameron Highlands, donde por fin parece que podré librarme un par de días del calor asfixiante de Malasia.

1 comentario:

  1. Muy bonitas las fotos y muy completa la información que nos ayuda a tener un conocimiento bastante bueno de Malasia. Sigue disfrutando, Nacho.

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